jueves, 5 de febrero de 2009

EL CURANDERO DE LAS ARMAS (Segunda Parte)

Una vez que la pecera y la piedra lumbre hicieron su trabajo y le indican el lugar preciso en que está alojado el mal de su paciente, viene la segunda fase del ritual que consiste en la extracción de ese mal del cuerpo de la víctima; esto lo hace con otro de sus accesorios que es la mas efectiva de sus herramientas, pues con ella le devolverá la salud a quien confió en el y se puso en sus manos. Esta importante herramienta consiste en un trozo de carrizo de unos treinta centímetros de largo, perfectamente limpio del centro y cortado en una noche de luna llena en lo alto de la serranía, en medio de un sencillo ritual con el que se ofrece respeto hacia la madre tierra, por despojarla de uno de sus frutos. Siguiendo con los rezos pronunciados en náhuatl y sin perder ni un momento la concentración, utiliza este trozo de carrizo para sacar el mal del cuerpo de su paciente. El procedimiento de extirpación es muy sencillo: lo inicia colocando uno de los extremos del trozo de carrizo en su mano derecha y soplando con fuerza en la cavidad para que su paciente observe que está vacío; acto seguido coloca el otro extremo del carrizo sobre la parte en que localizó el mal, por ejemplo la parte derecha de la cabeza; luego con el otro extremo aún en su boca absorbe con mas fuerza para de esta manera tratar de extirpar el mal que se aloja dentro del paciente; una vez que ha hecho tres o cuatro absorciones sin despegar el extremo de carrizo de la parte dañada en el paciente, y está seguro de que el mal ha sido extirpado del interior del cuerpo, sobre un pañuelo blanco que ya tiene listo sobre la mesa arroja de su boca pequeños objetos que asegura son parte del mal que se alojaba dentro del cuerpo del paciente; en la mayoría de los casos son de diversas formas y de tamaño pequeño, se parecen a un arroz de color negro, a huesos diminutos como de rata, muelas, gusanos, cabellos, entre otras cosas.
Después de que las personas que se someten a este ritual observan los extraños objetos que aparentemente estaban alojados dentro de su cuerpo, en la mayoría de los casos entregan toda su fe al curandero y desde ese preciso momento, se inicia el mágico proceso curativo que alivia con rapidez sus males.
Una vez concluida esta ceremonia don Agripino se muestra exhausto y sudoroso; se sienta en una de las sillas de la estancia a descansar mientras le indica al paciente que encienda un cirio, el cual le proporciona ahí mismo; este cirio debe ser colocado sobre un tronco de madera de árbol de orejón con pequeñas obturaciones que está colocado en el piso precisamente a los pies del altar; luego como complemento y para terminar con la ceremonia hace a su paciente escribir en una pequeña libreta que también tiene dispuesta sobre la mesa, la prescripción de una receta basada en hierbas de la región que ahí mismo le vende, una vez concluida la sesión.
Ya con el mal fuera de su cuerpo y la receta de las hierbas que serán el complemento de su curación en mano, el paciente se retira convencido de que el mal que le impedía ser plenamente feliz no existe mas dentro de su cuerpo y como refuerzo, el curandero le pide que regrese en unos cuantos días para dejar firme el proceso.
Es un misterio el origen de las formas que aparentemente don Agripino extrae del interior del cuerpo de sus pacientes, mas aún, cuando al pedirle autorización para examinar el trozo de carrizo que utiliza en sus curaciones se puede constatar que efectivamente se encuentra vacío; igualmente al observar minuciosamente hacia el interior de su boca antes de la sesión normal de una curación; lo cierto es que esta técnica ha ayudado a devolver la fe a muchas personas que acuden en su busca doliéndose de males a veces inexistentes, que afectan el libre y normal desarrollo de sus vidas.

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